¿Reproche de las
glorias patrias?
Seguramente la iconografía patriótica no había recibido una
fulminación proveniente de las artes plásticas como la que ahora nos ofrece
José Vívenes. No se conforma con la muestra de una obra aislada, ni con una
sugestión incoherente. Se toma en serio la contestación de las efigies
tradicionales, relacionadas con los creadores de la nacionalidad, para referir
los perjuicios que acarrea su uso desconsiderado y desmedido. Como no se limita
a la travesura, debido a que viene de un oficio disciplinado y solvente, pero
también de un talento que se rebela contra los clichés desde la sensibilidad de
un artista comprometido con su faena, estamos ante un aporte digno de atención.
El aporte de un joven pintor del siglo XXI venezolano, desde
luego, porque ha sido en nuestros días cuando ha recrudecido la explotación de
las imágenes de los próceres hasta provocar la reacción de Vívenes, desmesurada
y a la vez metódica. En el medio siglo anterior quizá no se hubiera producido
el revulsivo, porque no habían perdido el freno los explotadores de los padres
de la patria. Tuvo que sobrevenir un tiempo más aciago e irrespetuoso para que
los protagonistas de la historia fueran piezas de un guiñol propiamente dicho
en las manos de un titiritero caprichoso e ignorante; y para que Vívenes los
convirtiera en contenido de una impresionante serie que puede juzgarse como
inhabitual dentro del medio en el cual se desarrolla.
Pero, si se observa con cuidado, no estamos ante una
arremetida contra personajes emblemáticos de nuestra historia, sino contra el
mayor y el más disparatado de sus
manipuladores. La obra pictórica no se levanta contra la obra de quienes se
ocuparon de hacer un tipo determinado de sociedad a la que pertenecemos. Se
levanta contra uno o varios individuos del futuro que se han querido valer de
sus ejecutorias para un establecimiento de naturaleza política a través del
cual se distorsiona el pasado mientras se destruye el presente. Viéndola bien,
no se trata de una batalla contra la iconografía patriótica sino contra los que
la han convertido en bufonada y en grosería.
Por eso destacan en la exposición los distintivos originales
que les concedieron los pintores del siglo XIX s los grandes personajes de la
Independencia para su identificación como figuras fundacionales. No desaparecen
del todo, siguen allí debido a la
recreación de los rasgos fundamentales que desde entonces les atribuye el
espectador entusiasta y cautivo, pero tienen la añadidura esencial del
atrevimiento del pincel retador que les cambia una parte de su esencia, o de la
esencia que les concedimos en el pasado, debido a la negación o al aporte de señales elocuentes a través de cuya
advertencia entendemos cómo los han falsificado para el interés de un mercado
político. Allí están Bolívar y Miranda, por ejemplo, los pintó Vívenes para que
no quedaran vacilaciones sobre su identidad, para que no dudáramos sobre su
existencia; pero están, a la vez, las falencias de su consistencia corporal,
los pobres muñecos vacíos en que los convirtió el profeta del socialismo
del siglo XXI, las ausencias provocadas por una manipulación que los
volvió comunes, menores y triviales.
De allí que ahora topemos con un trabajo de gran actualidad,
con una contribución capaz de ayudarnos a comprender la agobiante realidad que
padecemos. No soy capaz de pontificar sobre las cualidades estéticas del
trabajo de José Vívenes, que me parece,
desde la perspectiva de un
visitante corriente de museos,
vigoroso y provisto de carnadas excepcionales y legítimas; pero le debemos mucho a la carga de historia
mal contada que arroja sobre nuestras espaldas para que entendamos
mejor el mundo circundante. Sin la denuncia de esas glorias patrias que el
futuro transformó en remedo y bochorno, difícilmente sabremos donde estamos
parados.
Elías Pino
Iturrieta