martes, 14 de noviembre de 2017






¿Reproche de las glorias patrias?
                                                                                                      


Seguramente la iconografía patriótica no había recibido una fulminación proveniente de las artes plásticas como la que ahora nos ofrece José Vívenes. No se conforma con la muestra de una obra aislada, ni con una sugestión incoherente. Se toma en serio la contestación de las efigies tradicionales, relacionadas con los creadores de la nacionalidad, para referir los perjuicios que acarrea su uso desconsiderado y desmedido. Como no se limita a la travesura, debido a que viene de un oficio disciplinado y solvente, pero también de un talento que se rebela contra los clichés desde la sensibilidad de un artista comprometido con su faena, estamos ante un aporte digno de atención. 


El aporte de un joven pintor del siglo XXI venezolano, desde luego, porque ha sido en nuestros días cuando ha recrudecido la explotación de las imágenes de los próceres hasta provocar la reacción de Vívenes, desmesurada y a la vez metódica. En el medio siglo anterior quizá no se hubiera producido el revulsivo, porque no habían perdido el freno los explotadores de los padres de la patria. Tuvo que sobrevenir un tiempo más aciago e irrespetuoso para que los protagonistas de la historia fueran piezas de un guiñol propiamente dicho en las manos de un titiritero caprichoso e ignorante; y para que Vívenes los convirtiera en contenido de una impresionante serie que puede juzgarse como inhabitual dentro del medio en el cual se desarrolla. 



Pero, si se observa con cuidado, no estamos ante una arremetida contra personajes emblemáticos de nuestra historia, sino contra el mayor y el  más disparatado de sus manipuladores. La obra pictórica no se levanta contra la obra de quienes se ocuparon de hacer un tipo determinado de sociedad a la que pertenecemos. Se levanta contra uno o varios individuos del futuro que se han querido valer de sus ejecutorias para un establecimiento de naturaleza política a través del cual se distorsiona el pasado mientras se destruye el presente. Viéndola bien, no se trata de una batalla contra la iconografía patriótica sino contra los que la han convertido en bufonada y en grosería. 



Por eso destacan en la exposición los distintivos originales que les concedieron los pintores del siglo XIX s los grandes personajes de la Independencia para su identificación como figuras fundacionales. No desaparecen del todo, siguen allí debido a  la recreación de los rasgos fundamentales que desde entonces les atribuye el espectador entusiasta y cautivo, pero tienen la añadidura esencial del atrevimiento del pincel retador que les cambia una parte de su esencia, o de la esencia que les concedimos en el pasado, debido a la negación o al aporte de  señales elocuentes a través de cuya advertencia entendemos cómo los han falsificado para el interés de un mercado político. Allí están Bolívar y Miranda, por ejemplo, los pintó Vívenes para que no quedaran vacilaciones sobre su identidad, para que no dudáramos sobre su existencia; pero están, a la vez, las falencias de su consistencia  corporal,  los pobres muñecos vacíos en que los convirtió el profeta del socialismo del siglo XXI, las ausencias provocadas por una manipulación que los volvió  comunes,  menores y triviales. 



De allí que ahora topemos con un trabajo de gran actualidad, con una contribución capaz de ayudarnos a comprender la agobiante realidad que padecemos. No soy capaz de pontificar sobre las cualidades estéticas del trabajo de José Vívenes, que me parece,  desde la perspectiva de un  visitante corriente de  museos, vigoroso y provisto de carnadas excepcionales y legítimas;  pero le debemos mucho a la carga de historia mal contada que  arroja  sobre nuestras espaldas para que entendamos mejor el mundo circundante. Sin la denuncia de esas glorias patrias que el futuro transformó en remedo y bochorno, difícilmente sabremos donde estamos parados.
                                                                                               

 Elías Pino Iturrieta